29 ene 2009

En la Niebla

¡Saludos a los Viajeros!

Voy a aprovechar hoy para colgar un antiguo relato al que le he hecho algunos cambios y correcciones, espero que para mejor. Está ambientado en la antigua Roma, pero añadiendo algunos tintes sobrenaturales.

A ver que os parece.


En la Niebla

La luna llena, oculta entre jirones de nubes negras, apenas alcanzaba a iluminar el bosque, sumergido al caer la noche en una densa niebla que danzaba entre los retorcidos troncos de los árboles. La quietud nocturna fue quebrada repentinamente por unos pasos apresurados sobre la nieve que, cual níveo sudario, cubría el suelo.

Entre la niebla surgió una figura oscura que tras andar un par de pasos, se apoyó en un rugoso tronco. En ese momento, la bruma se retiró lo suficiente como para dejar ver al agitado fugitivo. Era un hombre, no muy alto pero ancho de hombros, cuyo cabello negro, húmedo por el ambiente, se pegaba a su cráneo en desordenados mechones. Respiraba con dificultad, sus pulmones trataban de bombear aire a toda costa, cual fuelle de fragua. El hombre se dobló sobre sí mismo debido al cansancio, apoyando la palma de sus manos en las rodillas. Su lóriga tintineó debido al movimiento, pero el soldado apenas le prestó atención. Tampoco habría podido hacerlo, pues la sangre martilleaba sus tímpanos, y el corazón amenazaba con salírsele del pecho.

Pasaron los segundos con lentitud, y el soldado fue recobrándose. Su respiración se tornó más acompasada, y por fin pudo erguirse. Oteó a su alrededor, tratando de atravesar la niebla con su glauca mirada, en busca de aquellos enemigos que lo acosaban, mas no tuvo éxito. En su interior, el soldado sabía que todo era un engaño. Podía sentirlos, vigilando cada uno de sus movimientos, acechándolo entre las sombras.
A lo lejos, el aullido de un lobo lo sobresaltó. Notó como se le erizaba el vello, su instinto le decía a gritos silenciosos que estaban allí. Aferró el pomo de su arma, la espada corta tan característica de las legiones, aunque esta vez, su familiar tacto no tuvo la virtud de tranquilizarlo.

Y de pronto los vio.

Eran unos ojos amarillos como los de un lobo, que acechaban entre el follaje. Pronto se le unieron un par más, y luego otro, y otro más, unos metros a la derecha. Su hostilidad y malevolencia eran palpables, y el soldado se sintió como una débil liebre ante un depredador. Involuntariamente, retrocedió un par de pasos, hasta que su espalda chocó contra el tronco del árbol.
Unas carcajadas guturales resonaron en el oscuro bosque, un sonido que más parecía animal que hombre. Los ojos se movían a un lado y a otro entre las ramas y la niebla, pero siempre clavados en él, como si quisieran minar su valor antes de acometerlo.

Raudos como relámpagos, los recuerdos colmaron su agitada mente, y las imágenes de sus camaradas caídos bailaron nuevamente ante sus ojos. Volvió a verlos caer, atacados por sombras que se movían entre los árboles, a escuchar sus gritos agónicos resonando en la vegetación, y los alaridos de sus enemigos mientras se lanzaban sobre los heridos como perros de presa.

- Malditos perros germanos - masculló entre dientes. - Jamás debimos internarnos en estos bosques -

Con lentitud, una fría furia fue bullendo en su interior, inflamando sus venas. Iba a morir aquí, en ese maldito lugar alejado de la mano de los dioses, lejos de su familia en la grandiosa Roma, y ese pensamiento lo embargó de ira.
Con un gesto enérgico, desenvainó su espada y dio un paso adelante, desafiando a los fantasmas que lo acosaban.

- ¡Venid a por mí hijos de puta! - gritó con fuerza, clavando su mirada en el oculto enemigo. -
- ¡Venid y dad la cara, u os juro por Júpiter que me haré un collar con vuestras tripas!

De la bruma avanzó una enorme figura. Rondando los dos metros, cubierto de pieles y de larga e hirsuta barba, parecía más un oso que un hombre, sensación acentuada por sus amarillentos ojos. En su mano derecha empuñaba un largo cuchillo manchado de sangre, y una sonrisa torcida se marcaba en su rostro. Repentinamente, se encogió sobre sí mismo y lanzó un aullido penetrante, coreado al instante por aquellos que se mantenían entre el follaje, y comenzó a acercarse al soldado. Varios de sus compañeros se mostraron a la luz de la luna, armados y ansiosos del rojo icor romano.

El soldado los esperó con las rodillas flexionadas y la mente despejada, fruto del concienzudo entrenamiento recibido en la legión. Amagó un movimiento hacia la izquierda y saltó al lado contrario, sorprendiendo al enorme germano, que no esperaba un ataque tan decidido. Antes de que pudiera siquiera defenderse, el romano había incrustado su gladius en su estómago. Lo volvió a sacar con un seco tirón, y de un tajo lateral seccionó la garganta del rival, que cayó al suelo como un fardo.

Presintiendo un movimiento a su izquierda, el soldado intentó revolverse, alzando su mano libre. Sintió el frío beso del acero, y un agudo dolor ascendió por su brazo hasta llegar al hombro. Apretando los dientes, empujó al germano hasta hacerle perder el equilibrio, acuchillando repetidamente su costado. Sus fosas nasales se llenaban con el penetrante hedor del bárbaro, pero no cejó en su empeño, a pesar de que su arma amenazaba con resbalársele de las manos, empapadas en sangre enemiga.

Un golpe en su espalda lo arrojó rodando por la nieve. Si bien su armadura lo había salvado del golpe mortal, la fuerza del impacto lo dejó sin aliento. Se incorporó tambaleante, la sangre manando de su herida abierta, manchando de carmesí el suelo pisoteado. Dos germanos se aproximaban, esgrimiendo sus largos cuchillos. Paró un golpe y esquivó otro, contraatacando como una serpiente, pero su arma sólo encontró el vacío.

Sintió como un bárbaro lo aferraba por sus ropajes, e intentaba degollarlo con su arma. El romano invirtió el agarre del gladius y apuñaló hacia atrás con violencia. Notó la blanda resistencia de la carne, y la presa de su enemigo se aflojó lo suficiente como para que el soldado pudiera lanzar un codazo que hizo crujir la mandíbula del germano.

Cuando miró nuevamente hacia el frente, un enorme puño se estrelló contra su rostro. Notó el restallido de su nariz, y la sangre caliente que manaba de ella, resbalando por su barbilla. Su visión se tornó borrosa, y apenas percibía la enorme mole que tenía delante. Un dolor indescriptible se apoderó de su pecho, una agonía que se extendía a todas las partes de su cuerpo, pero que al poco tiempo desapareció, dejando sólo la oscuridad.




Las risas y la música rompían el silencio del bosque, y las llamas de una gran hoguera iluminaban el amplio claro en el que los germanos celebraban su victoria. Ríos de cerveza fluían en las resecas gargantas, y las estruendosas carcajadas llenaban el improvisado campamento. Mordían grandes trozos de carne asada, sujetándola con las manos mientras la grasa les chorreaba manchando sus barbas.

Uno de ellos, su líder, se mantenía aparte. Su mirada se perdía más allá de sus hombres, en la linde del claro, allí donde un rayo de luna incidía con capricho, permitiéndole ver una figura. Era un hombre, vestido con los ropajes romanos, que miraba a los bárbaros en una inmovilidad absoluta. El líder germano podía ver el bosque a través de él, pues su presencia era casi insustancial, como si fuera niebla. No sabría decir cuanto tiempo llevaba allí, clavando su mirada en la de aquel extraño espectro, pero por algún motivo, no podía desviar sus ojos. Cuando por fin, ante la llamada de sus hombres, apartó la vista, la extraña opresión que atenazaba su pecho se desvaneció.

Volvió a mirar, y allí ya no había nadie, solamente quedaba… la niebla.

8 comentarios:

ÁREA 51 Cómics dijo...

Vaya, Dani, como ambientes partidas roleras igual que escribes relatos en plan tenebroso, ya estás tardando en preparar una partida.

Ahora en serio, está bastante bien. Me ha gustado especialmente la descripción del primer bárbaro.

Alsharak dijo...

Hombre!

Estaba empezando a pensar que estaba sólo y abandonado jaja. Bueno, me alegro que te gustara, y sobre todo, gracias por dejar un comentario, que siemprea ayuda!

Nos vemos!

Anónimo dijo...

Nada... como quieres que te diga las cosas también en el blog, y no te basta con mis meros ánimos en persona, diré que es un relato con una prosa muy cuidada, en donde el escritor nos sumerge directamente en el ansia del guerrero romano, que ve como el peligro avanza poco a poco...

Y como el anterior comentario dice, si.. el bárbaro mola mushooo

Un saludo

Specter

Adrián T. Rodríguez dijo...

Ave
Buen relato, aunque no puedo simpatizar con estos bárbaros germanos ;). La acción se narra con claridad, lo cual es de agradecer. Ánimo y a seguir escribiendo.

Alsharak dijo...

Bien, parece que mi campaña de latigazos para que comenten está funcionando jeje.

Me alegro pues que os paseis (un poco obligados...) por aquí.

Saludos!

Adrián T. Rodríguez dijo...

Ave
¿Latigazos? ¡Que suerte tienen algunos! ¡A mí me convenciste con una barra de hierro!

Ahora en serio, de obligado nada. Tus micro-relatos son amenos y agradables de leer, compañero. Y que conste que yo nunca halago a la gente.

Anónimo dijo...

Pues yo si he de decir que me siento fustigado, alatigatizado, obligado, amenazado y todas esas cosas que se pueden decir cuando a uno lo intentan coaccionar para que haga una cosa, si o si, o si... xDDD

En fin... bromas a parte, el cabron este tiene eso, que cuando se aburre, y quiere, puede hacer cosas muy guapas.. xD mejor dicho cuando quiere...

Un saludo

Specter

Anónimo dijo...

Bonjorno, umbraldelinfinito.blogspot.com!
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