26 dic 2008

El Último Combate

¡Saludos a los Viajeros!

Os cuelgo un relato corto que he pergreñado en mi tiempo libre. Está ambientado en la Antigua Grecia, cuando abundaban los Grandes Héroes y las hazañas eternas. Espero que guste:

El Último Combate


El corazón restallaba contra su pecho cual martillo golpeando un yunque, sus pulmones pugnaban por respirar, mientras sus temblorosas manos sujetaban precariamente el astil de la lanza, intentando que no se cayera al empedrado suelo. Se hallaba arrodillado tras una roca, semioculto entre las sombras de la caverna, intentando hacer el menor ruido posible. Tras él, podía escuchar los alaridos de dolor que brotaban de la garganta de su compañero, acompañados de unos viscosos sonidos que no auguraban nada bueno.

Cerró los ojos, apretando su arma, intentando abstraerse y evadirse, olvidar el terror en el que se encontraba, tratando de no pensar en el más que probable fin que le esperaba. Pero era imposible, los gritos de su compañero se clavaban en sus tímpanos, penetrando hasta lo más hondo de su cerebro, llegando hasta lo más profundo de su alma.

Un gemido de puro miedo se escapó de sus resecos labios, y al instante el ruido se silenció. El guerrero podía imaginarla, acechando, escuchando, atenta a cada movimiento, a cada rincón de la cueva. Se quedó quieto, incluso dejó de respirar, pues sabía que de ello dependía su vida. Una gota de sudor frío recorrió su espina dorsal, y no pudo evitar un estremecimiento.

Mentalmente maldijo el momento en el que su grupo se empeñó en cazar a la bestia, bajo los efectos de la bebida en aquella taberna de mala muerte. En aquel momento, enfervorecidos por el icor de Dionisos, cualquier empresa parecía a su alcance, incluso podrían haber desafiado a los mismos dioses del Olimpo, no le temían a nada ni a nadie.

Ahora mismo dudaba de ello. Todo su grupo había caído, sólo quedaba él. Sin poderlo evitar, comenzó a orar a los dioses.
- Poderoso Ares, concédeme tu fuerza y tu furia, para enfrentarme a mi enemigo. -
La criatura comenzó a deslizarse hacia la roca que lo ocultaba, percatándose de la presencia de su enemigo.

- Sabia Atenea, otórgame tu sabiduría y tu valor, para no retroceder en la batalla. -
Ya se encontraba cerca la piedra, podía escucharse el siseo de sus cabezas serpentinas, chasqueando y restallando, anticipándose al festín. Pero el guerrero no lo escuchaba.
- Veloz Hermes, préstame tu velocidad, para que nadie pueda tocarme. -

El guerrero parecía estar en trance. Sus músculos se movían bajo la broncínea piel, la fuerza retornaba a su cuerpo, el valor hinchaba su pecho. Se sintió como un titán, como un héroe de leyenda, invencible e intocable. Se puso en pie, recitando ahora, voz en grito, su plegaria al Olimpo.
- Certero Apolo, dame tu puntería, para abatir a aquel que se me enfrenta -

De un salto, se aprestó a la batalla. Adelantó un pie, preparándose para un lanzamiento a vida o muerte. Su brazo se tensó como si fuese un cable, su amplio torso se infló hasta tocar la coraza que llevaba puesta, sus piernas se clavaron en el suelo como columnas de mármol. Con un giro de cintura, lanzó su arma a la par que lanzaba un grito de desafío.
- ¡¡Por Zeus y el Olimpo!!

La lanza partió de su mano como una centella, recorriendo el aire en un suspiro que pareció una eternidad. En ese momento, sus ojos marrones se clavaron en los de la criatura, unos pozos de maldad y tormento que invitaban al guerrero a descender hasta el Tártaro. Notó como sus dedos se paralizaban, cómo su antebrazo se ponía rígido, una rigidez que se transmitía por todo su cuerpo hasta alcanzar el cuello. Intentó mover las piernas, pero era imposible, su cadera congelada en un gesto eterno. Sintió como si un millar de agujas se clavaran en sus pulmones, ahora convertidos en piedra, y como el corazón dejaba de bombear sangre para siempre.
Antes de que se quedara ciego, contempló como la Gorgona desviaba la lanza con facilidad, y una sonrisa de triunfo se dibujaba en su demoníaco rostro, las serpientes de su cabello apuntando hacia la nueva estatua.
El último pensamiento que cruzó por su cerebro fue que tal vez, deberían haber hecho caso a los habitantes de la aldea.

Deberían haber esperado a Perseo.

2 comentarios:

Adrián T. Rodríguez dijo...

Ave
La paciencia es una virtud, si señor. Me encantan los finales trágicos.:)

Alsharak dijo...

Jaja, gracias señor, aunque sé que lo tuyo no es la Antigua Grecia, te prometo que pronto continuaré escribiendo algo de los Romanos.

Y sí, el final es trágico, no digo que no, pero es que no me gusta que el héroe siempre gane.

Saludos